domingo, 28 de marzo de 2010

De Ida y De Regreso

Quisiera poder decir que mi vida no es rutinaria y que sus mañanas y noches esta llenas de adrenalina y momentos excitantes, pero tengo que rendirme ante la realidad de los hechos: mi vida es inalienable y aburrida.

El sol siempre suele quemarme alguna parte del cuerpo cuando realizo el largo viaje al trabajo mientras que la cantidad excesiva de vehículos en la avenida Javier Prado suele contaminarme los pulmones, la gente suele llenar los micros con complicidad e historias lo que suele hacer el viaje interesante.

Por la misma naturaleza repetitiva de mi trayecto, tiendo a reconocer cada parte que lo componen, Plaza San Miguel con gente merodeando aun cuando ninguna tienda con alto valor comercial este abierta, el cruce de la Av. La Marina con la Av. Brasil sobre un puente lo suficientemente grande como para dejar ver la inmensidad de sus pistas, luego el casino New York en plena Av. Pressing alienado al recuerdo de mi abuela y si fuera poco, el peculiar y estresante trafico de la Av. Arenales.

Hago memoria e intento esforzarme por encontrar en algún hueco de mi desordenada mente la primera vez que la vi… No sé con exactitud la fecha pero asumo que fue en verano ya que la imagen que guardo de ella es con el sol proyectándose en sus ventanales.
La casa que tanto anhelaba y de la que se trata básicamente esta entrada, la misma en la que había planeado recuerdos ficticios, se encontraba al comienzo de la cuadra 14 de la Av. Javier Prado Oeste. Para cualquier otra persona de seguro no tenía nada de especial, pero para mis ojos y mi fascinación era simplemente mágica.

Su grandeza abarcaba gran parte de la cuadra ya mencionada y era de un blanco sucio y un celeste gastado, sin mayor combinación de colores o diseños. Era esta simplicidad de su característica bicolor lo que daba a resaltar su admirable arquitectura.
Empezar a describirla es más fácil desde el lado izquierdo hasta el derecho que viceversa, contaba con una pequeña puerta de madera blanca que media más o menos un metro. Había imaginado que esta perta daba lugar a la parte trasera de mi hogar en el cual habría un jardín inmenso con igual intensidad de verde en el verano como en el invierno, había alucinado que sería cual un Edén, lleno de naturaleza y vida con cada vistazo.
Continuamente estaba la primera ventana, la del comedor y luego aquella especie de cilindro, de torre con ventanales largos rodeados de un prominente marco de concreto que a su vez iban del más pequeño al más grande. Después se encontraba la segunda ventana, la de la supuesta sala, espacio que desde afuera daba la impresión de ser lo suficientemente espaciosa como para abrigar una gran cantidad de personas lo que hubiera encajada perfecto a mi personalidad tan sociable. Terminando hallábamos la puerta de la cochera en la que cada vez que me tocaba pasar, mostraba un auto gris estacionado lo que quitaba la idea de que estuviera abandonada.
Estas cortas visitas lejanas diarias me permitían solamente apreciar el largo y el alto de la casa, pero nunca el ancho, y solo fue justo después que la demolición empezó que me percate de su inmensidad y profondor.

El hueco que dejan aquellas masivas e indiferentes maquinas me parece tan frio e insensible que una ridícula melancolía me acosa cada vez que me toca pasar por ahí. No puedo evitar pensar en esas tontas expectaciones y aquellas ocasiones en las que me prometí que en cuanto tuviera el tiempo, dejaría mi rutina por 15 min y me acercaría a la puerta pidiendo el precio del lugar esperando que mi apego y admiración a esa infraestructura me rindiera algún descuento. Me había programado en aquel momento y mis ilusas ideas habían concluido que una señora de avanzada edad me abriría la puerta y dudosamente escucharía la historia de su casa y yo, atónita y conmovida antes estremecimientos compartidos hacia aquellas murallas terminaría regalándomela prácticamente bajo la promesa que no fuera modificada ni demolida.

Si… muchas veces me prometí lo mismo, pero ahora es muy tarde y solo veo la monstruosidad de mi miedo reflejado en un agujero lleno de tierra sin vida ni utopías. Todo debido a que por momentos el cuidado de arriesgarnos a lo desconocido nos gana, nos abate el simplemente hecho de no saber si la respuesta o reacción es la que esperamos.

Si… ya me quede sin casa pero me quedo con el recuerdo y la lección aprendida: Aventurar sin pensar en lo que perdemos o ganamos, estrictamente con la emoción de saber que aunque sea hacemos el intento.